Abriendo ventanas a la colaboración entre universidades y el tercer sector

Hoy hemos tenido la oportunidad de participar en un encuentro de formación organizado por la Coordinadora de ONGDs de Euskadi. Gracias a Sara Goyeneche, y junto a Alberto Gastón y Nagore Lopategui, de Emaús Fundación Social, hemos abierto algunas ventanas para la colaboración entre las universidades y las organizaciones del tercer sector. A través de sus experiencias, exploramos cómo estas alianzas pueden transformar tanto a los estudiantes como a las comunidades con las que trabajan.

Nuestros colegas presentaron dos proyectos complementarios que ejemplifican esta conexión. En uno de ellos, llevaron el aula a la calle, donde estudiantes trabajaron junto a una organización y una asociación de personas marginadas para crear conjuntamente una unidad didáctica. En el otro proyecto, organizaron un encuentro de radios comunitarias en el interior de la universidad, creando un espacio donde estudiantes, profesionales y activistas mapearon las posibilidades de este medio en Bizkaia.

Estos proyectos reflejan cómo las universidades pueden convertirse en terrenos fértiles llenos de grietas y posibilidades para la colaboración. Aprendimos la importancia del proceso, antes que el producto, y que los «encuentros improbables» son una fuente de magia que conecta a estudiantes con personas en situación de exclusión social. También quedó claro que estas dinámicas no deben quedarse en las cabezas de los estudiantes: es fundamental que todo el proceso pase por todo el cuerpo.

La nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) también surgió como un tema central en el encuentro, ya que establece que el aprendizaje-servicio y la ciencia ciudadana son derechos del estudiantado y herramientas esenciales para fomentar la justicia social. Según el Artículo 33, las universidades deben garantizar que los estudiantes tengan acceso a estas modalidades educativas, mientras que el Artículo 18 amplía esta responsabilidad a toda la comunidad universitaria, promoviendo actividades vinculadas con «la democracia, la igualdad, la justicia social, la paz y los Objetivos de Desarrollo Sostenible».

El aprendizaje-servicio, ya institucionalizado en la LOSU, se presenta como una oportunidad para que estudiantes y ONGs trabajen juntos en problemas concretos de la sociedad. Este modelo motiva a las universidades a apostar por proyectos con impacto social, conectando la teoría académica con la práctica real. Por su parte, la ciencia ciudadana permite que las universidades y ONGs integren a ciudadanos en la investigación científica, democratizando el conocimiento y sensibilizando sobre temas como el medio ambiente o los derechos humanos.

Durante el encuentro, también se reflexionó sobre la percepción de las universidades como estructuras cerradas, como una especie de Troya moderna. Superar esta «sensación de sitio» requiere una apertura estratégica hacia las ONGs. Esto implica «cuidar a las troyanas» y generar espacios para el intercambio de conocimientos y recursos, como jornadas conjuntas o laboratorios abiertos. Pero, como se destacó, «las ventanas se abren desde dentro». Las iniciativas más exitosas surgen de agentes de cambio internos: estudiantes, docentes o personal administrativo que, desde su interés en la acción social, actúan como puentes entre la universidad y las ONGs.

Otro concepto inspirador fue el de aprovechar la «energía residual». Las universidades, en su día a día, generan recursos latentes como espacios infrautilizados, material académico excedente o conocimiento no aplicado. Canalizar estas energías hacia las ONGs puede crear sinergias de gran impacto. Un ejemplo práctico de esta colaboración son las clínicas multidisciplinares, ya sean jurídicas, filosóficas o de mediación. Estas clínicas permiten a estudiantes trabajar directamente con ONGs para abordar problemas concretos, como asesorar en derechos laborales o facilitar la toma de decisiones éticas en proyectos comunitarios.

Asimismo, se exploraron los «trabajos triangulares» como un modelo de colaboración en el que estudiantes, docentes y ONGs diseñan conjuntamente los Trabajos de Fin de Grado (TFG). Este enfoque no solo enriquece el aprendizaje académico, sino que aporta soluciones prácticas e innovadoras a los retos que enfrentan las organizaciones del tercer sector.

Finalmente, se destacó que «la cultura es relacional». Proyectos artísticos colaborativos, como performances, exposiciones o encuentros creativos, pueden ser un puente para visibilizar problemáticas sociales. Estas iniciativas no solo movilizan a la comunidad universitaria, sino que también generan un impacto emocional en el público general, abriendo caminos para el cambio social.